jueves, 5 de julio de 2007

PRIMERA MAGIA

(nicuento)
Fuiste la más hermosa de todas las sombras en aquel lejano andar.

Podías atrapar el firmamento con tus manos, y hasta el viento, como un amante ebrio se arrodillaba a tu paso.

Silueta excelsa, caminar cimbrante, novia perfecta de aquel vagabundo que te entregaba cànticos y fotografìas de calles antiguas y rostros esfumados en la infinitud del tiempo...

Amor que pudo morir al palpar tanta armonìa.
Los hombres no podían comprender que fueras dueña de tan rara belleza. Estaban acostumbrados a la hermosura de nieblas cotidianas.

Eras de otra galaxia.

Para mì tù habías surgido de una historia colmada de princesas y fantásticos enanos de color anaranjado. O quizá de algùn paisaje pintado por rarísimas manos. Y, a veces, no sabía si estabas adentro o fuera del camino verde eternizado en el óleo. Colinas, castillos, senderos, tenían la fragancia de las aguas encantadas, donde cada noche la luna peinaba tu cabellera casi cenicienta...

Desde siempre supe que un día desharías la magia.

Las calles tornarían a ser como antes: grises, melancólicas, como mujeres vencidas, agónicas...
Cuando vi en tus ojos puñales y papeles brillantes, comprendí que era la partida. Me pareó escuchar desde arriba un himno a la tristeza...
El eco de tu risa permaneció durante años en aquellos parajes...


EL PANTANO

-Pronto moriré...
Caído, cubierto de lodo, más de alguna gacela lo levantaba, dándole todo el calor y el color de su piel, y el poeta comenzaba a lucir fresco, esbelto,
y a salvo de las picaduras...


Gamuzas y gacelas le amaron, y por eso trataban de apartarlo de las hormigas gigantes que minaban su luz... Era apuesto, varonil, afable. Pero la ciudad estaba inundada de cocodrilos que no vacilaban en atrapar entre sus dientes grandes pedazos de carne y sueños...

El poeta no podía sustraerse del agua del pantano y llenaba su universo con olvidos olvidados. La cabeza le giraba como un astro perdido en la inmensidad; los pies no le sostenían, y en el quicio de alguna puerta cerraba sus ojos hasta el amanecer...

Un dìa nos encontramos en el café Do Brasil. Casi todos sus dientes estaban rotos, su pelo era ahora un enredo de alambres, en sus ojos la tarde
se vestía de raros ropajes, pantalones mordidos de ratas quizá, camisa depositaria de antiguas y nuevas suciedades.


-¿Qué ha pasado, hermano?

-Tengo sed... dame unas monedas...

-Sì, claro, pero levántate, amigo... Sé que puedes hacerlo...

-No hay ya vuelta, la manivela está rota, mi corazón también... No me digas, no trates de aconsejarme... Sé que estoy ya muy cerca...

-Pero hay médicos, hospitales, remedios...

-No sigas... Se acaba el camino...

A duras penas caminaba. Las pocas monedas que pude darle le servirìan para beber en el pantano donde se agrupaban fantasmas y làgrimas de piedra.. Sentí deseos de llorar, traté de seguirlo con la mirada pero se perdió entre las ovejas y lobos disfrazados...

Tiempo después, en las faldas del Cerro San Cristóbal lo encontraron despedazados por perros y huarenes...

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